Cuando somos capaces de ver realidades que antes no veíamos, cuando somos capaces de darnos cuenta de que generamos las situaciones que nos rodean, decimos que hemos ampliado la conciencia.

Conciencia es detenerme, por ejemplo, antes de la línea peatonal, cuando el semáforo se pone en rojo, porque veo que una persona está a punto de cruzar y que mi avance podría ser peligroso para ella.
Conciencia es ver el efecto de la acción amplificada.
Otro ejemplo. Si en el trabajo, yo me excedo en mi exigencia hacia a mí, no solo estoy atentando contra mi bienestar sino también contra el de la gente que me ama y que no la pasa bien por esa acción. Eso es conciencia, cuando yo puedo ver no solo la respuesta inmediata sino el resultado amplificado de cada acción.

A mayor conciencia, más cautela en los movimientos. Es decir, cada acción que llevemos adelante será realizada con más cuidado porque somos conscientes de que un “movimiento brusco” puede producir algo no deseado.

¿Y qué hace que una persona adquiera un mayor estado de conciencia?
La entrega, la práctica, la disposición y fundamentalmente la intención, porque hay personas que no tienen el deseo de abrirse a una mayor conciencia y eligen quedarse en algún “tenés razón” sobre una determinada situación, para no verse empujados a la tarea de reflexionar sobre lo sucedido, recoger el aprendizaje y subir un escalón más en la comprensión de la propia vida.

Lo que sucede es que a veces nos resulta más cómodo vivir en la ignorancia, hacer las cosas “ciegamente”, como quien hace la suya.
Cuando ampliamos el estado de conciencia asumimos la responsabilidad de nuestras acciones; estamos atentos a cada resultado, reflexionamos, tomamos los aprendizajes que vienen con la experiencia, y nos disponemos a subir un escalón en nuestra propia evolución.

¿Qué pasa cuando, en el camino, se encuentran una persona que ha ampliado su
nivel de conciencia y otra que eligió estancarse adonde estaba?
Se produce una división, porque quizás la que logró tomar los aprendizajes que llegaron con cada experiencia de la vida intentará mostrarle algo a la que eligió no avanzar en su estado de conciencia, sin que ésta logre verlo, porque no la escuchará con amplitud sino desde la estrechez de sus creencias.
Cuando una persona opta por mantenerse en ese estado de no cuestionar sus propias creencias, que lo habilita a seguir proyectando sobre el otro sus propias heridas, torna imposible la relación con otro que ha ampliado su conciencia.
Del otro lado ocurre otro fenómeno, a mayor conciencia, mayor inclusión. Cuanto yo más amo a esa persona, también incluyo su punto de vista.
Ahora bien, en una sociedad es distinto porque para llevar un proyecto adelante necesitamos alguien con nuestra misma apertura; y necesitamos tener el coraje para decir “No puedo continuar porque observo que tu disposición para ampliar la escucha no está”. Eso también es una manera de poner un límite, como vida y muerte, porque tenemos que estar preparados para dejar morir algunas cosas.
Quizás con esa persona podemos compartir un café, pero no otros espacios.

La amplitud de conciencia produce distanciamientos.
Si hace un tiempo manteníamos una amistad con alguien que solo nos llamaba cuando nos necesitaba, provocando que acudiéramos rápidamente en su auxilio, esa relación no era entre dos adultos, sino una en la que una parte asumía el papel de salvadora y la otra, de víctima.

Entonces cuando empezamos a darnos cuenta de que esa otra persona, en su estado víctima estaba abusando de nuestra energía, y comenzamos decir “no puedo”, y a cambiar algunas acciones, obviamente ese cambio en el “salvador” generará el enojo de la “víctima”, y puede que hasta nos genere pensamientos del tipo: “Me estoy quedando sin amigos”, pero en realidad lo que sucede es que esa relación estaba construida sobre cimientos débiles.
¿Se puede volver a construir esa relación? Si, si el otro da el salto a un estado adulto también.

Natalia Liz Sleiman

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