Nota para la revista PLENA

Por Natalia Liz Sleiman

Como cada mañana, luego de un sueño un poco sobresaltado y un desayuno calentito (que a decir verdad, nunca supe si era tan necesario a esa hora) la sombra abría la puerta del salón. Ahí estaba, grande, sonriente…me miraba de reojo diciéndome “vine como cada mañana a amargarte unas cuantas horas.”

Yo la miraba, también de reojo, diciéndome entre dientes “unas cuantas horas que serán veinticuatro”.

Como plasticola que se pega en los dedos, inapropiada y caprichosa, la idea de aquel amargo tironeo entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, parecía fortalecerse cada vez que yo quería soltarla.  Cuanto más la rechazaba más fuerte y burlona lucía.

Miedo, miedo grandote que me nombras como inapropiada e imperfecta. Rechazable y poco amable. Ahí me detuve! En ese pensamiento, en esa idea, en esa visión extraña e impertinente. Cerré los ojos. Decidí seguirla, seguir el hilo que me condujera a la raíz de todo el melodrama.  Sentí en mi cuerpo esa opresión en el pecho y el aire que peleaba,  en el poco espacio, abriéndose paso; mis hombros estaban encorvados, hacia adentro, como si protegieran una herida sagrada. Seguí el rastro, dentro del laberinto, continué caminando, continué… encontré varios “no” de diferentes tonos y tamaños, encontré miradas que no miraban, parecían faros altos, enormes y estáticos que iluminaban pero no veían.

Me percibí pequeña, mirando los faros con asombro, tendiendo mis brazos hacia ellos.

-¡Hey! ¡Hey! ¡Aquí estoy!

– Nada, no había respuesta, solo un zumbido de silencio y vacío.

Pasaba el tiempo y la poca luz que había se iba apagando. Lo único que podía hacer era cubrirme del frío. Use una capa imaginaria, tomé varias rocas del paisaje y la puse a mi alrededor, eran mi casa, mi guarida. Todo transcurría y la guarida fue quedando estrecha, incómoda, de pronto me sobrevino una sensación de asfixia, de agitación y una ansiedad peligrosa.  Desesperada por la falta de aire, alcé los brazos con fuerza, con una fuerza que había abandonado hace tiempo, con el movimiento el manto rígido y frío cedió mostrando la luz del tiempo. Desperté del sueño y  entró en mi pecho una bocanada de aire que iluminó cada célula de mi cuerpo. Abrí los ojos y mire hacia la puerta de entrada del salón. La sombra ya no estaba allí. Había desaparecido, también su sonrisa burlona y amenazante.

Continué recorriendo el lugar con mi mirada  ¿era el mismo de siempre? Dudé, parecía más amplio y luminoso, hasta amoroso.  Tomé en cuenta que estaba sentada en la misma silla, en el mismo lugar pero en otra dimensión. Y con una claridad serena,  oí esta frase:  “Aprenderé lo necesario para que mi alma se encuentre con la vida.”

Así, como metáfora de  un momento (que fueron varios) entré en la dimensión de las Constelaciones Familiares. El camino fue develándome mil secretos de mi presente, posibilidades de amor diferente sobre cada situación que quizás, de primera, era rechazada, sin embargo encerraba  un gran tesoro de evolución del alma humana, de madurez, y de reconciliación con lo que estaba fragmentado, separado.

Si quieres, si resuena en tu interior la campana, puedes tomar la punta del ovillo y seguirlo. ¿Hasta dónde? Hasta reconocer (volver a conocer)  quien sos, redescubrir tus dones y talentos, “jubilar” las útiles defensas creadas en un tiempo que ya no existe.

¿Qué necesitas para tirar del hilo?

  • Reconocer tu autoridad para redescubrirte, tu decisión.
  • Estar dispuesto/a renunciar a venganzas, enojos, resentimientos.
  • La apertura y receptividad que tiene un niño ante lo nuevo.
  • Conciencia de tu cuerpo como vehículo de descubrimiento, como canal de toda la información inconsciente.
  • Ponerte en movimiento y disponerte a recuperar tu alegría de vivir.

Natalia Liz Sleiman

Formadora  en Constelaciones Familiares

Coach Sistémico

Facebook: NASER University ®

Escuela de Constelaciones Familiares- Web: www.naser.com.ar

Mail: naserdesarrollohumano@gmail.com- Cel: +54 9 381 4699738